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¿Elecciones o simulacro? Venezuela frente al espejo de su democracia

En Venezuela, la espera por la fecha electoral de 2024 estuvo cargada de incertidumbre y desconfianza. Cuando finalmente se anunció que las elecciones presidenciales serían el 28 de julio, justo el día que coincide con el nacimiento de Hugo Chávez, muchos no pudieron evitar preguntarse si era solo una casualidad o un mensaje cargado de simbolismo político. La sombra de la inhabilitación de María Corina Machado, la figura más fuerte de la oposición, hacía que una parte importante del país mirara el proceso con escepticismo y resignación.

El calendario electoral ya estaba definido, pero quedaban muchas preguntas sin responder. Más de siete millones de venezolanos viven fuera del país y, aunque se abrió un período para registrarse y votar desde el extranjero, la falta de un mecanismo claro y confiable para ellos generaba dudas sobre si realmente podrían ejercer su derecho al voto. Mientras tanto, dentro de Venezuela, el ambiente estaba cargado de expectativa y tensión.

La oposición todavía no había decidido quién sería su candidato. María Corina Machado, a pesar del respaldo fuerte que obtuvo en las primarias del año anterior, seguía sin poder participar. Se hablaba de una “jugada maestra” por venir, pero todo era un misterio. Del otro lado, el oficialismo tampoco aclaraba sus cartas: nadie sabía si Nicolás Maduro buscaría un nuevo mandato o si habría un relevo generacional dentro del chavismo. En este tira y afloja, el futuro político del país parecía suspendido en el aire.

Pero entonces surge la pregunta inevitable: ¿qué sentido tiene votar en un sistema que se aleja cada vez más de la democracia? Desde que en 2017 disolvieron la Asamblea Nacional con mayoría opositora, el gobierno de Maduro ha profundizado un modelo autoritario donde las violaciones a los derechos humanos y la represión política están a la orden del día. Para muchos, estas elecciones son solo una fachada para legitimar un poder que se mantiene firme con fuerza militar y control político. Sin embargo, la oposición decidió apostar a que aún en esas condiciones adversas puede haber un resquicio para la esperanza.

En el plano internacional, se habla de misiones de observación que podrían llegar, como la de la Unión Europea, en el marco de los acuerdos de diálogo mediado por Noruega. Pero en un mundo que hoy tiene puesta su atención en la guerra de Ucrania y los conflictos en Medio Oriente, Venezuela parece quedar relegada a un segundo plano, vista más como un pedazo en el tablero geopolítico, especialmente por su petróleo, que como una crisis humana y política urgente.

Así, el destino de Venezuela se debate entre dos escenarios. Para algunos, el resultado ya está cantado y el chavismo seguirá gobernando. Para otros, aún hay espacio para la incertidumbre y tal vez, solo tal vez, para un cambio inesperado. Pero más allá de lo que diga el conteo oficial, lo que verdaderamente definirá el futuro del país será la capacidad de su gente para imaginar y construir un camino nuevo, aunque las reglas del juego parezcan estar escritas desde antes.

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Keyber salcedo

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