Otra vez Haití.
Difícil empezar de otra forma. Lo que ocurre allí no es nuevo, pero sigue doliendo. Violencia, caos, miedo: todo se repite. Y mientras los titulares internacionales van y vienen, las balas, el hambre y el abandono continúan. En medio de esa espiral, surgió una promesa: una misión internacional liderada por Kenia y respaldada por la ONU para ayudar a Haití a salir del abismo. Pero el camino se llenó de obstáculos.
En octubre de 2023, el entonces primer ministro Ariel Henry pidió ayuda. El Consejo de Seguridad respondió con una fórmula distinta: no cascos azules, sino una Misión Multinacional de Apoyo a la Seguridad (MMS). La idea: respaldar a la policía haitiana para retomar el control de las calles dominadas por pandillas y crear condiciones para elecciones libres.
Se habló de 2.500 efectivos de Kenia, Benín, Bahamas, Jamaica o Chad. Pero la renuncia de Henry, los problemas logísticos y la falta de coordinación con las autoridades locales pronto frenaron el impulso. Para enero de 2025 solo 857 efectivos habían llegado. El resto, en espera.
Lo que sí no espera es la violencia. Las pandillas controlan el 85 % de Puerto Príncipe. Más de 5.600 personas fueron asesinadas en 2024; 2.200 resultaron heridas; 1.500, secuestradas; un millón debió huir. Cifras frías detrás de las que hay historias de desesperación.
El plan original preveía tres etapas: despliegue, operaciones estratégicas y transición. Pero la urgencia lo comprimió todo. Aun así, se recuperaron algunos hospitales, puertos y aeropuertos. Avances, sí, pero insuficientes ante el poder del crimen organizado.
El dinero es otro nudo. La MMS no tiene presupuesto fijo: depende de donaciones voluntarias. Hasta ahora se han recaudado 110 millones de dólares, con aportes de Canadá, Turquía, Corea del Sur y Estados Unidos, más unos 400 millones en asistencia bilateral, sobre todo de Washington. Se calcula, sin embargo, que la operación necesita 600 millones anuales. La cuenta no cierra.

Por eso varios países plantean convertir la MMS en una misión oficial de paz de la ONU para asegurar fondos estables. Pero en Nueva York las dudas abundan: enviar cascos azules no garantiza resultados en un contexto tan complejo. Haití necesita algo más profundo.
Mientras tanto, el Consejo de Seguridad extendió el mandato hasta el 2 de octubre de 2025. Estados Unidos, actor clave, ha comprometido más de 300 millones en efectivo y asistencia técnica, aunque con vaivenes. En febrero, tras críticas por un supuesto congelamiento, la administración estadounidense aprobó una extensión de 40,7 millones para la Policía Nacional Haitiana y la MMS. Una señal de apoyo, pero también de la fragilidad que rodea el esfuerzo.
Así llegamos a este punto: una misión que prometía mucho y avanza poco; una población que sufre sin ver resultados; una comunidad internacional que parece no saber qué hacer.
Convertir la MMS en una operación de paz quizá traiga más fondos. Pero dinero no es sinónimo de eficacia. Y en Haití la eficacia se mide en vidas salvadas y barrios que vuelven a respirar sin miedo. Haití no necesita más promesas, sino soluciones reales. No para contener la crisis, sino para enfrentarla de raíz. Lo que está en juego no es solo el futuro de una misión, sino el de un pueblo que, una vez más, ha sido dejado atrás.