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Lecciones para la Argentina de la Guerra de Ucrania

La invasión rusa a Ucrania, iniciada el 24 de febrero de 2022, sorprendió al mundo no solo por su violencia, sino también por la manera en que transformó las expectativas sobre cómo serían las guerras del siglo XXI. Lo que en un principio muchos imaginaron como una ofensiva rápida y convencional, con tanques avanzando y ciudades cayendo en pocos días, se convirtió en un conflicto largo, híbrido y mucho más complejo. En este escenario, la tecnología, la información y la resistencia civil adquirieron un protagonismo inesperado, mostrando que la guerra moderna no se define únicamente por la cantidad de tanques o soldados desplegados, sino también por la capacidad de adaptación, la innovación y la resiliencia de la sociedad. Para países con recursos militares limitados, como Argentina, la guerra en Ucrania ofrece lecciones valiosas. No se trata de copiar las estrategias de las grandes potencias, sino de observar cómo un país con menos recursos, como Ucrania, logró resistir a un adversario mucho más poderoso gracias a soluciones creativas y a la integración de distintos factores que van más allá del armamento tradicional.

Uno de los elementos que más transformó este conflicto fueron los drones. Hace apenas dos décadas parecían un accesorio futurista, pero hoy se han convertido en protagonistas indiscutidos de los campos de batalla. En Ucrania y Rusia se usan de manera masiva, desde cuadricópteros comerciales comprados por internet hasta sistemas militares avanzados. Su versatilidad es enorme: sirven para vigilar al enemigo, guiar la artillería con gran precisión, ejecutar ataques kamikaze y hasta protagonizar operaciones navales, como los drones marítimos ucranianos que lograron dañar buques rusos en el Mar Negro. La ventaja de estos sistemas es evidente: cuestan mucho menos que un misil o un avión tripulado, reducen el riesgo de bajas humanas, proporcionan inteligencia en tiempo real y permiten golpear objetivos en profundidad que antes parecían inalcanzables. Además, generan un efecto psicológico muy fuerte, ya que transmiten la sensación de que ningún lugar está realmente a salvo. Sin embargo, no son invencibles. Los drones pequeños tienen poca capacidad de carga y autonomía, son vulnerables a la guerra electrónica y los más sofisticados requieren inversión, logística y mantenimiento complejos. Lo importante es que cambiaron las reglas de la guerra, democratizando el acceso a una forma de poder aéreo que antes estaba reservada a las grandes potencias.

Para Argentina, esta realidad plantea un camino doble. Por un lado, aprovechar la posibilidad de adoptar masivamente drones económicos para tareas de vigilancia, reconocimiento y ataques puntuales, impulsando la producción nacional para reducir la dependencia externa. Por otro, invertir en el desarrollo de modelos más avanzados, como los que ya han comenzado a diseñarse en INVAP, e incluso evaluar la viabilidad de drones de ataque y antibuque que podrían funcionar como alternativas más baratas a los misiles convencionales. Al mismo tiempo, resulta imprescindible incorporar defensas contra drones, observando qué soluciones se han aplicado en Ucrania y adaptándolas al contexto argentino, desde sistemas electrónicos para bloquear señales hasta tecnologías más simples como interceptores, láseres o redes de contención.

Otro aprendizaje central de la guerra en Ucrania está vinculado con el uso de tanques. Estos vehículos blindados, que fueron decisivos en las grandes batallas del siglo XX, siguen siendo herramientas relevantes, pero ya no tienen la misma supremacía. Durante el conflicto se vio cómo eran destruidos por drones kamikaze, misiles antitanques portátiles y enormes campos minados que dificultan su movilidad. La respuesta fueron adaptaciones improvisadas, como los llamados “tanques tortuga”, equipados con jaulas metálicas y blindajes adicionales para resistir ataques desde el aire. En Argentina, algunas de estas ideas ya se han probado en ejercicios con los TAM. Sin embargo, la experiencia ucraniana no significa que los tanques estén condenados a desaparecer. Siguen siendo vitales por su potencia de fuego, su movilidad y su valor disuasivo, pero ahora deben operar de manera integrada con otros recursos: infantería, artillería, drones y sistemas electrónicos de protección. Para el Ejército Argentino, que está modernizando su flota de TAM, esto significa que la inversión no debería centrarse únicamente en mejorar blindaje y armamento, sino también en desarrollar defensas activas contra drones, integrar sistemas de guerra electrónica y diseñar doctrinas de uso que reflejen los riesgos y desafíos del presente.

La guerra en Ucrania también abrió un debate clave sobre el rol de la población civil en la defensa. En Argentina, el regreso del servicio militar obligatorio es un tema rechazado tanto por la sociedad como por muchos oficiales, pero el conflicto demostró que los ejércitos profesionales, por sí solos, no son suficientes en guerras de gran intensidad. La movilización masiva de civiles fue fundamental para sostener el frente y reemplazar bajas. Existen modelos alternativos, como el de Lituania, donde organizaciones civiles entrenan voluntarios en tiro, liderazgo, primeros auxilios y logística, que luego pueden integrarse bajo control militar en caso de crisis. Esto no significa militarizar a la sociedad, sino dotarla de herramientas básicas para colaborar en defensa y asistencia en emergencias. Argentina podría adaptar un esquema similar, creando cuerpos voluntarios locales que reciban capacitaciones periódicas en temas como primeros auxilios, logística y comunicaciones, con la posibilidad de colaborar con el Ejército, Prefectura y Defensa Civil en caso de necesidad. Más que un gasto, sería una inversión en resiliencia: ciudadanos más preparados, comunidades más seguras y un país con mayor capacidad de respuesta tanto ante conflictos como frente a catástrofes naturales o emergencias.

La logística es otro de los aspectos decisivos que dejó en evidencia la guerra. Al inicio de la invasión, Rusia mostró que incluso un ejército poderoso puede paralizarse si no logra mantener el suministro de combustible, alimentos y municiones. Para un país extenso como Argentina, que depende de largas líneas de comunicación y transporte, este aprendizaje es crucial. Proteger y diversificar la infraestructura crítica se vuelve tan importante como modernizar el armamento. Eso implica asegurar rutas alternativas, proteger puertos y caminos estratégicos, garantizar el suministro energético y planificar redundancias para evitar bloqueos. Una guerra moderna ya no se libra solo en el frente de batalla: también en la red eléctrica, en los depósitos de combustible, en los sistemas de comunicación y en la infraestructura logística que sostiene a las fuerzas armadas.

A esto se suma la importancia de las alianzas internacionales. Ucrania logró resistir en buena parte gracias al apoyo de sus socios, que le brindaron armas, financiamiento, entrenamiento e inteligencia. Para Argentina, que no puede sostener por sí sola un conflicto prolongado de alta intensidad, resulta vital fortalecer relaciones estratégicas que permitan recibir apoyo técnico, económico y militar en caso de necesidad. Esto no solo incluye alianzas clásicas, sino también acuerdos tecnológicos e industriales que refuercen la capacidad de producir sistemas propios y reduzcan la dependencia de importaciones.

En definitiva, la guerra en Ucrania mostró que el poder militar moderno ya no depende únicamente de contar con grandes arsenales de tanques o aviones, sino de la capacidad de integrar distintos elementos en una estrategia coherente. Innovación tecnológica, participación ciudadana, infraestructura protegida y alianzas internacionales sólidas se combinan para generar una defensa más efectiva y sostenible. Para Argentina, el camino pasa por modernizar sus blindados con defensas electrónicas, incorporar drones económicos y avanzados, preparar a la sociedad civil con programas voluntarios de formación, asegurar la protección de su infraestructura crítica y fortalecer sus lazos internacionales. Todo esto, pensado no sólo en clave de guerra, sino también como una inversión en resiliencia nacional.

El conflicto en Ucrania demostró que el futuro de la guerra será híbrido, tecnológico y social. No gana necesariamente quien tiene más tanques o más soldados, sino quien logra adaptarse mejor al cambio y aprovechar al máximo sus recursos. Esa es la lección central que Ucrania dejó al mundo, y que Argentina no debería pasar por alto si quiere prepararse para los desafíos de seguridad del siglo XXI.

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Rodrigo Palomino

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